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Antonio Rivero, profesor de la Universidad Politécnica de Madrid
27/06/2023 Los primeros hooligans españoles
Desde un principio, la violencia deportiva, tanto en España como en otros países, se circunscribió al fútbol, siendo un motivo de preocupación para intelectuales, políticos y la incipiente prensa deportiva de la época. Los malos modos y formas que se empezaban a vislumbrar en los terrenos de juego y en las gradas comenzaron a ser preocupantes.
En los años veinte, estadios como el Metropolitano de Madrid llegaron a congregar a 30.000 aficionados para ver un partido. Las críticas a la violencia se multiplicaron en la prensa a partir de los años veinte. La mayoría de los redactores (prohombres del deporte aristocrático y amateur) culpaban de este ambiente negativo al proceso de profesionalismo que se vivía en el fútbol español y al distanciamiento del fairplay que se estaba llevando a cabo, tanto por jugadores como por espectadores. El 15 de enero de 1922 aparecía en la primera página de Heraldo Deportivo, bajo el título de “Futbolerías” una crítica a directivos y espectadores de la época. Al referirse a la actitud de los primeros decía: “[….se creen o se imaginan que han de basar sus posibilidades de existencia en los ingresos del consabido espectáculo futbolístico, cuya nociva acción en el ánimo de los espectadores ocasionales o habituados es la de apartarlos por completo de cuanto no sea el apasionamiento sistemático, el pequeño espíritu de bandería, la filia o la fobia. Personas que en el trato particular, son sensatas y correctas, se convierten en ineducadas e intemperantes, sin admitir objeción ni observación de género alguno”. Sobre el comportamiento de los seguidores se siguió opinando. El 15 de diciembre de 1924 en la primera página de la misma publicación, en un artículo titulado “El negocio del balón”, se hacía una crítica directa a la violencia, dentro y fuera de los terrenos de juego: “Con motivo de unas coces dadas a un jugador caído en el suelo, el árbitro bilbaíno, Sr. Serrano, silbado, apedreado y acribillado a perras chicas que le lanzaba el público asistente al partido, suspendió el match, temeroso de que su salud sufriera quebranto. Nos parece extraño ese temor, porque todo árbitro debe saber a qué a tenerse respecto del particular, lo mismo en Barcelona que en Bilbao (donde, recientísimamente, el gobernador tuvo que lanzar una proclama la víspera de un partido), y que en tantos otros sitios donde la Guardia Civil ha tenido que arbitrar numerosos partidos”. En el Mundo Deportivo de Barcelona se cargaba sobre los periodistas deportivos: “Esos cronistas son los verdaderos responsables de los incidentes que todos lamentamos. En los campos debiera negárseles la entrada, y en las redacciones debieran privarles de su puesto, por ineptos y por el abuso que hacen de la confianza en ellos depositada. Son, en una palabra los excitadores de las masas, los promotores de los incidentes, los verdaderos responsables, que como generalmente sucede, a la hora de las responsabilidades no dan frente y se escudan en un seudónimo o en la impunidad de su propio delito deportivo”. También en los diarios de información general la violencia en los estadios tomaba importancia, como podemos comprobar en el ABC del 15 de febrero de 1927, que decía: “¡Siempre igual! El escándalo, la pasión suelta, desenfrenada, malsana; pasión que rebaja, que denigra. ¡Oh, fútbol, fútbol, y cuan culpable eres de la ineducación de las juventudes! ¡Cuánto daño haces a la inexperta chiquillería torciendo en su corazón lo más bellos sentimientos de amistad, camaradería, de todo cuanto más eleva y ennoblece al hombre bueno! Presenciamos el domingo en el Stadium tres bochornosos espectáculos: uno en la tribuna, promovido por los directivos, o ex directivos, o socios de los más apasionados con que cuenta el Equis Club; otro, en el campo de juego, al agredir un jugador a un contrario estando en el suelo, lo que obligó a este a contestar de análogo modo, trabándose batalla a puntapiés y puñetazos, que dirimió el árbitro haciéndoles salir del terreno]…[¡falta el último¡ Que se dio al terminar el partido, cuando un grupo nutrido de protestantes quiso pedir explicaciones al árbitro..]…[La Guardia Civil, previos los tres toques de atención, dio la correspondiente carga, y el despeje se hizo como era natural. ¡Y a esto se llama sana deportividad y afición!”. También la clase política se preocupó por el deterioro del espíritu deportivo que se observaba en los campos de fútbol. Así, el influyente político catalán Francesc Cambó, en un artículo que publicó el año 1929 en El Diario de Mataró, decía: “Vivimos hace algunos años, con más intensidad cada día, en una fiebre por las exhibiciones futbolísticas, que tienen carácter morboso y que podría calificarse de ridícula y grotesca si nuestro pueblo no padeciera sus estragos. Hombres y mujeres, pobres y ricos, grandes y chicos, aportan a las luchas y competiciones futbolísticas una cantidad de entusiasmo y de pasión que dejan su espíritu exhausto para toda clase de fervores y ocupaciones de orden considerablemente más elevado. Por si son o no partidarios de tal o cual club, en competencia, se rompen amistades y se provoca hasta discordias familiares. No una, sino muchas veces se han hablado de que un hombre ha muerto por el efecto que le ha producido la victoria o la derrota de su Club. Nuestra juventud universitaria da a los espectáculos y pugnas del fútbol buena parte del interés que debía aportar a sus estudios, y el nivel de preparación de nuestros estudiantes ha sufrido una mengua considerable estos últimos años. Dentro de España, en Cataluña, la pasión futbolística es más intensa. Dentro de Europa, en ningún país el futbolismo espectacular llegó a los extremos a que llega en España, y de esta fiebre dentro de España, incluso dentro de Europa, yo me siento, como catalán, apenado y avergonzado”. Antonio Rivero, profesor de la Universidad Politécnica de Madrid
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