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Antonio Rivero, profesor de la Universidad Politécnica de Madrid
20/09/2022 El deporte, un nuevo espectáculo
Entrado el siglo XX, los deportes llamados “aristocráticos” (golf, tenis, vela, polo, equitación, tiro, etc.), practicados por las clases altas y disfrutados por minorías muy selectas, siguieron afianzándose. Pero el deporte no fue ajeno a los cambios sociales de las primeras décadas y, en especial, a la irrupción de las “masas” urbanas en la vida pública.
Así comenzó a generalizarse la figura del espectador deportivo, del aficionado que sin practicar el ejercicio físico admiraba a los deportistas y asistía a competiciones de su interés. Al público le entusiasmaba ver en acción a sus ídolos o a los equipos representativos de su ciudad. La prensa se ocupó de informar de cuanto ocurría y todo esto generó una nueva época para la popularización deportiva. Así surgió lo que luego se conocería con el nombre de deporte-espectáculo, que además de encender pasiones comenzó a generar beneficios económicos y a dar una gran repercusión social a sus protagonistas. Como consecuencia, surgió, por una parte, un deporte espectáculo muy popular, que era disfrutado por un gran número de aficionados que, con el tiempo, se acostumbraron a pagar el precio de la entrada por asistir al espectáculo. Este tipo de deporte tuvo rápidamente tendencia a profesionalizarse; su más claro ejemplo fue el fútbol (otros fueron el boxeo y la pelota vasca) al que podemos calificar, ya en los años veinte, como espectáculo de masas. Por otra parte, existía y se desarrollaba otro deporte de competición, que sin ser ya aristocrático, se realizaban de acuerdo con el espíritu olímpico de respeto al fair-play y al amateurismo, deportes como el atletismo, la natación, el hockey, el rugby o el novedoso baloncesto, que eran practicados por grupos de deportistas amantes del ejercicio físico, y que solían compatibilizarlos. Estos deportistas procedían de sectores sociales no populares: universitarios, profesionales liberales, comerciantes y empleados de “cuello blanco”. El número de espectadores que asistían a las competiciones de este tipo de deportes era reducido. La eclosión del fútbol como espectáculo de masas, además, provocó otra gran polémica, el debate en torno al amateurismo y el profesionalismo. Los partidarios de amateurismo y el fair-play vieron en el fútbol un gran peligro para el desarrollo del espíritu deportivo y de la cultura física, cuestión ésta que enfrentó a distintos estamentos de las organizaciones deportivas así como a la prensa, que pronto tomaría partido, como podemos apreciar en el semanario Heraldo Deportivo: “Todos los aspectos del fútbol en España, al comienzo de 1922, lo presentan más bien como una industria que como un deporte. Se ha llegado ya a extremos tales, que hace pocos días, hemos leído (sin asomo de estupefacción, pues cosas más fuertes han de venir) un anuncio de macarrones, bajo el epígrafe «El secreto de Alcántara», en las columnas del más prestigioso diario barcelonés (Heraldo Deportivo, 1922)”. Eran los comienzos del deportista como medio publicitario, una nueva época había llegado. Antonio Rivero, profesor de la Universidad Politécnica de Madrid
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