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Antonio Rivero, profesor de la Universidad Politécnica de Madrid

15/02/2022

Del velocípedo al motor

Del velocípedo al motor Durante el primer tercio del siglo XX se evidenciaron claros cambios en la sociedad española, que aproximaron las formas de vida del país a las de sociedades europeas consideradas más modernas. Desde comienzos de siglo, sobre todo en los años 20, el avance de España y su aproximación a estas sociedades fueron notorios con la llegada del motor.

El desarrollo  de los deportes mecánicos y de motor fueron una evidencia de esta carrera hacia la modernización. El deporte fue tomando implantación en las ciudades españolas, sobre todo el deporte espectáculo,  era uno de los estandartes que una sociedad, que se preciara de moderna, debía  exhibir con distinción. 

El deporte era, pues, considerado como una actividad que distinguía a las sociedades modernas y “vivas” de las atrasadas y con poca vitalidad. 

El velocipedismo fue el primer deporte que aunó el ejercicio físico con el uso de una máquina. En 1878 ya se había fundado la Sociedad Velocipedísta Madrileña, en 1885 su órgano de difusión escrito El Velocípedo y en 1888 organizó el I campeonato de España.  La Federación Española se creó también en Madrid en 1896, fue una de las primeras federaciones nacionales. La bicicleta se convirtió pronto en el medio de transporte de las clases populares,  se extendió rápidamente en Europa desde finales del siglo XIX. El velocipedismo –luego ciclismo-, se convirtió no sólo en una forma de competición  deportiva sino a través de la fabricación de bicicletas en un nuevo sector industrial. Fue además el precedente  de otros  deportes  como el motociclismo, el automovilismo y en otro medio, la aeronáutica en los que el motor de explosión supliría al esfuerzo muscular y  en los que la industria sería también  protagonista e impulsora de nuevos espectáculos, que pronto tendrían un extraordinario éxito de masas.

Estas actividades fueron desde un principio consideradas  como deportivas. La prensa, por ejemplo, solía referirse a los primeros conductores de automóvil como “distinguidos sportmen”  El interés suscitado por las nuevas máquinas, el triunfo del concepto inglés del record  y el espíritu de aventura, fueron, las claves para el éxito de estos deportes que, por otra parte, sólo estaban al alcance de unos pocos. Quizás en un tiempo donde el deporte se popularizaba y se extendía a las clases más humildes, las clases distinguidas encontraron en los nuevos deportes de motor lo que en su momento la caza y la hípica significaron para ellas como signo diferenciador de clase y posición social. No obstante, el horizonte era distinto. Mientras caza e hípica rememoraban el antiguo prestigio de la aristocracia, los nuevos deportes de motor significaban algo novedoso, aventurado y moderno: eran la oportunidad para las clases altas de demostrar su capacidad de adaptación a los tiempos modernos y a la vez, de seguir mostrándose como lo que eran, clases distinguidas. 

Los deportes de motor, aun siendo actividades minoritarias, eran un espectáculo al que nadie se podía resistir y fueron pronto de sumo interés para la prensa, la industria, el ejército, y la investigación tecnológica. Hubo una  percepción generalizada de la importancia de estas actividades, en principio deportivas, pero cuya aplicabilidad a la vida social (caso de motocicletas, automóviles y aeroplanos) resultaba evidente. Eran el futuro y abrían las puertas a la modernidad. Cuando el Plus Ultra logró su hazaña  de volar entre Palos de Moguér y Buenos Aires, el éxito conseguido fue considerado como importantísimo por la prensa y la opinión pública previamente en tres aspectos: el político, el científico y el deportivo.

Si la aparición de la bicicleta supuso un cambio en hábitos y costumbres, el  desarrollo de la industria del motor en sus diferentes vertientes ya se adivinaba como aún más trascendente en todos los aspectos. Desde el principio, las máquinas de motor fueron para el hombre una nueva manera de acortar el tiempo y la distancia: de ahí que  la consecución del  record  se magnificara  de  manera determinante. En los deportes de motor se aunaban el progreso mecánico y tecnológico de los nuevos tiempos, el riesgo de la velocidad y  la hazaña viajera y geográfica con su épica de  aventura, donde la pericia del hombre -el piloto-, seguía siendo determinante en el éxito final de la empresa. En fin, una serie de circunstancias  hicieron,  que desde un principio,  se consideraran el automovilismo, el motorismo y la aeronáutica como nuevos deportes, y que la prensa y la opinión pública de todos los países los tratara como  tales.

En España, la consideración  fue similar y a principios del siglo XX, todas las revistas y periódicos deportivos dedicaban ya a estos nuevos “deportes de caballeros” sus páginas principales. Así siguieron haciéndolo también durante los años veinte, cuando fútbol y  boxeo, ya eran  deportes  muy populares y se habían convertido en parte principal de la diversión y el ocio de muchos  españoles.

Con todo, fue el automovilismo el deporte de motor que tuvo mayor divulgación y el que, durante mucho tiempo, acaparó la mayor atención del público, de la industria y de las autoridades. El mismo Alfonso XIII, que fue un conocido impulsor de los deportes, fue muy aficionado al automovilismo y  dio todo su apoyo a exposiciones y congresos, en busca de una fórmula adecuada para que la industria nacional progresara en la fabricación de automóviles. 

El acontecimiento, sin embargo, que hizo crecer la afición por el automovilismo en España fue el récord que, poco después, consiguió el francés Rassón al recorrer la distancia entre París y Madrid en ocho días. Poco después, el capitán de Artillería  Lacuadra intentó montar una fábrica de automóviles. Pero, tras otras iniciativas igualmente fallidas fue en 1901 cuando D. Marcos Birkigt patentó sus modelos de motor y chasis constituyendo la fábrica  “Hispano-Suiza” (Hispano por estar en tierra española y Suiza por ser la tierra natal de Birkgit). En los años veinte, la Hispano-Suiza sería una industria de proporciones envidiables y sus automóviles de una  calidad reconocida internacionalmente. En 1903 se fundó el Real Automóvil Club de España.

Los distintos gobiernos intentaron propiciar una situación adecuada para crear una industria nacional del automóvil. Una de aquellas ocasiones fue el Primer Congreso Español del Motor y del Automóvil, que se celebró en Madrid en el Palacio de Comunicaciones, en Junio de 1926. 

Los circuitos automovilísticos de Sitges y Lasarte tenían gran actividad: en 1926, se celebró en Lasarte, por ejemplo, el Gran Premio de Europa.

También el motociclismo tuvo, como modalidad deportiva y bajo los mismos alicientes que el automovilismo, gran repercusión. Dado que la adquisición de una  motocicleta era más apta para sus economías, se convirtió en un deporte más asequible para las clases medias. España representada por el Real Moto Club Español fue admitida en la Federación Internacional integrada por Francia, Suiza, Inglaterra, EE.UU, Suecia, Dinamarca, Italia y Bélgica en 1921, durante el Congreso Internacional Motorista que se celebró en Bruselas. El motociclismo nacional  creó en 1923 la Federación Española,

En cuanto a las modalidades de competiciones motoristas que se sucedieron en esos años, se pasó unas primeras  las pruebas organizadas en el Retiro madrileño y de las subidas de la Rabbassada o de Montserrat en Barcelona, a las pruebas en los circuitos de Lasarte y Sitges  y más tarde, ya en los años treinta, a las espectaculares pruebas de Dirt- Track  modalidad de motociclismo que se extendió en España durante los años treinta, hasta la Guerra Civil. Fue  importada de Gran Bretaña, donde era un deporte profesional. Se disputaba en las pistas y velódromos de los estadios. 

A estas competiciones asistía numeroso público atraído por su espectacularidad. Los pilotos barceloneses y madrileños fueron igualando en pericia a los motoristas británicos que venían a los estadios españoles (Metropolitano, etc.) como indiscutibles figuras de este tipo de pruebas de velocidad. La prensa deportiva de los años treinta presentaba esta modalidad como uno de los espectáculos deportivos de mayor interés para el público.

Antonio Rivero, profesor de la Universidad Politécnica de Madrid

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