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Antonio Rivero, doctor en Geografía e Historia y Licenciado en CAFYD
19/11/2024 Solo para distinguidos sportmen
Entre los años 1910 y 1936 se evidenciaron claros cambios en la sociedad española que aproximaron las formas de vida del país a las de sociedades europeas consideradas más modernas. Desde comienzos del siglo XX (segunda década y, sobre todo, en los años veinte) el avance de España, y su aproximación a estas sociedades, fueron notorios.
El desarrollo de los deportes mecánicos y de motor fue una evidencia de esta carrera hacia la modernización. El deporte automovilístico era considerado como una actividad que distinguía a las sociedades “vivas” de las atrasadas y con poca vitalidad. Deporte y modernidad eran complementarios. Así deportes de motor como el automovilismo, donde tecnología y aventura coincidían en una actividad, y donde hombre y máquina se complementaban empezaron a desarrollarse. Así los poseedores de los primeros automóviles eran denominados por la prensa como “distinguidos sportmen”. El motociclismo, el automovilismo y, en otro medio, la aeronáutica, en los que el motor de explosión supliría al esfuerzo muscular y en los que la industria sería también protagonista e impulsora de nuevos espectáculos, aparecían como un extraordinario espectáculo deportivo. El interés suscitado por las nuevas máquinas, el triunfo del concepto inglés del record, y el espíritu de aventura, fueron, las claves para el éxito de estos deportes que, por otra parte, sólo estaban al alcance de muy pocos. El automovilismo significaba algo novedoso, aventurado y moderno: era la oportunidad para las clases altas de demostrar su capacidad de adaptación a los tiempos modernos y a la vez, de seguir mostrándose como lo que eran, clases distinguidas. Los deportes de motor, fueron pronto de sumo interés para, la industria, el ejército, la investigación tecnológica y la prensa, particularmente para la deportiva. En España, la consideración fue similar y a principios del siglo XX, todas las revistas y periódicos deportivos dedicaban ya a estos nuevos “deportes de caballeros” sus páginas principales. El mismo rey Alfonso XIII, al volante de su automóvil Hispano –Suiza y conocido impulsor de los deportes, fue muy aficionado al automovilismo y dio todo su apoyo a exposiciones y congresos, en busca de una fórmula adecuada para que la industria nacional progresara en la fabricación de automóviles. Según Narciso Masferrer, fundador de la Sociedad Gimnástica Española, el primer constructor de un coche en España fue D. Carlos Bonet y Durán, en su permanencia en París durante la Exposición Universal de 1889, encontró, al fondo de un stand, un pequeño motor de 2 ½ C.V. que rápidamente adquirió y que transportó a su domicilio. Allí lo montó y su ilusión de poseer un coche movido por un motor de explosión quedó cumplida el día 12 de diciembre de 1889. Pero fue en 1901 cuando D. Marcos Birkigt patentó sus modelos de motor y chasis constituyendo la fábrica “Hispano-Suiza” (Hispano por estar en tierra española y Suiza por ser la tierra natal de Birkgit). En los años veinte, la Hispano-Suiza sería una industria de proporciones envidiables y sus automóviles de una calidad reconocida internacionalmente. El gran acontecimiento que hizo crecer la afición por el automovilismo en España fue el récord que, poco después, en Mayo de 1903 consiguió el francés Rassón al ganar la carrera Paris – Madrid. El recorrido se realizó en ocho días. El Primer Congreso Español del Motor y del Automóvil, se celebró en Madrid en el Palacio de Comunicaciones, en Junio de 1926. En 1927 había en España las siguientes fábricas constructoras de automóviles: Hispano Suiza, Elizalde, Talleres España y Automóviles Ricart en Barcelona; Euskalduna, que residía en Madrid provisionalmente, mientras terminaba su nueva fábrica en Bilbao; y La Hispano que se encontraba en Guadalajara. Los circuitos automovilísticos de Sitges y Lasarte tenían gran actividad.: En 1926, se celebró en Lasarte, el Gran Premio de Europa. Así, el deporte automovilístico llegó para quedarse. Aunque aún muy vinculado al deporte, el automóvil se había convertido, en España y fuera de España, en un objeto de múltiple utilidad social; los modelos de coche eran diseñados ya para propósitos alejados de la competición, y aún, de los gustos suntuarios de la élite social. En 1932 se matricularon en España, según la Sociedad Automovilística Sevillana, 10.879 automóviles y en 1933, 17.136. Tras la II Guerra Mundial el avance tecnológico de la industria del automóvil fue notorio, llegando su producción y utilización hasta las clases medias. Como deporte, de todos es conocido, que no dejo de crecer. Las grandes marcas no dejaron de invertir para su desarrollo. Hoy todos conocemos la relevancia del automovilismo en sus diversas versiones y niveles de competición. Las retransmisiones por televisión son seguidas por millones de aficionados en todo el mundo y los grades pilotos son considerados héroes deportivos. Antonio Rivero, doctor en Geografía e Historia y Licenciado en CAFYD
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