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José María Buceta, psicólogo deportivo (http://chemabuceta.blogspot.com.es/)
30/07/2019 Sobreprotección
Hace días me encontré con Diego López (portero del Español), con el que coincidí en el Castilla cuando yo trabajaba como psicólogo en ese club. En muchas ocasiones le he puesto como ejemplo de perseverancia y profesionalidad. Estuvo una temporada sin jugar un solo partido hasta que el entrenador le puso en el último de la liga, que era intrascendente.
¿Intrascendente? Para el equipo, sí; pero para él, no. Aprovechó la oportunidad y fue el portero que jugó los partidos del play-off de ascenso. Después, su carrera ha sido muy buena, ocupando las porterías de equipos profesionales de primer nivel como Real Madrid, Villarreal, Sevilla y, ahora, Español. ¿Cómo lo hizo? Estando preparado cuando esa ocasión le llegó. He conocido a otros que en la suplencia se han quejado de lo “injusta” que era su situación y, ocupados en lamentarse por una decisión que no dependía de ellos, han tirado la toalla o han descuidado su preparación; y cuando pasó el tren de la oportunidad, no estaban listos para cogerlo. Durante ese año, Diego fue un ejemplo de no quejarse, entrenar como si fuera a jugar cada domingo y cuidarse al máximo para estar listo cuando el entrenador lo creyera oportuno, y esa perseverancia tuvo su recompensa. No es fácil esforzarte día tras día viendo que no obtienes el resultado inmediato que te gustaría, pero en eso consiste la perseverancia. Cuando el viento sopla a favor es fácil estar motivado y seguir avanzando; pero cuando ruge en contra, la fortaleza mental es la clave para no rendirte y continuar luchando. Me comentaba Diego que, en general (lógicamente hay excepciones), ese espíritu de lucha en la adversidad ya no se observa en los deportistas jóvenes. Y el comentario coincide con lo que me han dicho las jugadoras más veteranas de la selección de Gran Bretaña de baloncesto, lo que se habló en la última tertulia “Al Límite” de Radio Marca con Tati Rascón, ex jugador de tenis y actual presidente de la federación madrileña, y otros muchos testimonios que destacan la escasa tolerancia a la frustración de los jóvenes cuando no reciben una gratificación inmediata y necesitan perseverar en la adversidad. Esta circunstancia no es exclusiva del deporte, sino algo más general que, como sucede en este, se manifiesta en otras muchas áreas: la educación, lo laboral, las relaciones interpersonales, etc. La gran mayoría de los jóvenes domina las nuevas tecnologías, y abundan los que tienen estudios superiores, másteres, formación específica en asuntos concretos y experiencias diversas, pero muchos carecen de la suficiente fortaleza mental para afrontar satisfactoriamente las situaciones adversas. El deporte proporciona una gran oportunidad para que los jóvenes se fortalezcan, pero esa oportunidad hay que aprovecharla y no, como sucede a menudo, desperdiciarla. Para poder llegar a la élite, como Diego López, las jugadoras británicas o los mejores tenistas, el fortalecimiento mental es fundamental. Pero también lo es para los miles de jóvenes que pasan por el deporte y jamás llegan. Y aquí surge una pregunta importante para los padres, entrenadores, directivos y otros responsables del deporte en la infancia y la adolescencia: ¿Queremos que el deporte sirva para desarrollar el fortalecimiento mental de los jóvenes, contribuyendo, así, a prepararlos mejor para enfrentarse a las adversidades que les planteará su vida? Lo más probable es que la respuesta sea afirmativa en un porcentaje altísimo, casi unánime, pero ¿cuántos actúan de manera coherente con dicha respuesta? En mi libro “Mi hijo es el mejor, y además es mi hijo”, cuya información puede encontrarse en el enlace adjunto (https://www.dykinson.com/libros/mi-hijo-es-el-mejor-y-ademas-es-mi-hijo/9788490853962/), explico los pasos que se pueden dar para desarrollar el fortalecimiento mental de los deportistas jóvenes. Entre otras medidas, es importante enfrentarlos progresivamente a situaciones adversas que les obliguen a salir de la “zona de confort” y que, con el debido esfuerzo, puedan manejar con cierto éxito, acostumbrándose a tolerar lo que no les gusta y a perseverar para conseguir sus objetivos centrándose en lo que depende de ellos. Para eso, sobre todo a partir de cierta edad, se pueden programar situaciones adversas de distinto tipo, pero la mejor estrategia es aprovechar las adversidades que de forma natural se vayan presentando en la propia actividad, y es aquí donde los adultos juegan un papel fundamental. Centrándome en los padres, el mayor problema que dificulta el aprovechamiento de la adversidad para el fortalecimiento mental es la “sobreprotección” de sus hijos. Asistimos hoy en día a una sobreprotección de los jóvenes en numerosas facetas: se trata de facilitarles la vida sin exigirles demasiado esfuerzo, de solucionarles cualquier dificultad por la vía rápida, de darles todo (o casi todo) lo que desean con la mayor inmediatez y sin valorar si se lo han ganado, de evitar cualquier tipo de contrariedad o sufrimiento. También, a veces, se trata de no enfrentarse a los hijos, bien por pereza, bien porque les resulta desagradable o porque prefieren dedicar el tiempo a otra cosa. Es mucho más cómodo dejarles hacer lo que les apetece. ¿Das la lata? Pues aquí tienes un Ipad para que me dejes en paz. ¿No quieres ir a entrenar? Pues no vayas. No es extraño que así salgan niños "emocionalmente blanditos” que, en su vida adulta, a pesar de ser unos genios de los ordenadores, se encontrarán incapaces de salir adelante cuando deban enfrentarse a situaciones adversas sin la protección de sus progenitores. Ejemplos de sobreprotección en el deporte hay muchos. Y es una lástima, porque hay múltiples oportunidades de fortalecimiento mental que, por este motivo, se desaprovechan. Javier tiene 15 años y juega al fútbol en el equipo de su barrio. Lleva dos partidos saliendo desde el banquillo cuando solo quedan diez/doce minutos y está muy disgustado porque cree que “no es justo”, que “él entrena mejor que otros compañeros que juegan más”. Ese es el tema de conversación en casa, y el padre, también enfadado, va a hablar con el entrenador para pedirle explicaciones y tratar de solucionar esta situación adversa. Este padre acaba de perder una gran oportunidad. Cuando finalice la temporada, quizá sea el momento de hablar con el entrenador y valorar si el chico tiene que cambiar de equipo, pero ahora, el muchacho debe aprender a aguantarse y centrarse en lo que depende de él para mejorar su situación, y es él, en todo caso, quien debe hablar con el entrenador, no su padre. Por su parte, Cecilia, de 12 años, jugadora de baloncesto, falta a los entrenamientos de su equipo cuando no le apetece entrenar. Sus padres la sobreprotegen permitiendo que se quede en casa, en lugar de obligarla a cumplir con el compromiso que ella ha adquirido de entrenar dos veces a la semana. Permitir que los chicos no cumplan con el compromiso que ellos mismos han acordado (no impuesto) es una forma de sobreprotección. La sobreprotección también se produce cuando se inventan reglas absurdas como jugar partidos sin resultados, cerrar el partido cuando hay una diferencia muy grande u otras por el estilo. Si se compite, se compite; y es responsabilidad de los adultos inscribir a los chicos en las competiciones que son de su nivel para que la mayoría de las veces puedan competir frente a rivales similares y se produzcan todo tipo de resultados, así como manejar las victorias y las derrotas con la sensatez que procede, sin destacarlas más que el esfuerzo y los progresos, enseñando a los jóvenes a aceptar que ganar y perder son parte del juego. Eso sí, soy partidario de evitar que en el deporte infantil de equipo haya listados de máximos goleadores, anotadores, reboteadores y otras clasificaciones individuales, ya que eso perjudica el desarrollo de valores vinculados a saber estar y trabajar en equipo. Basta de reglas sobreprotectoras. La última que he conocido, que no sé si se llegará a implantar, es que, para evitar diferencias grandes en baloncesto, el ganador de cada cuarto sumará un punto, con lo cual el marcador más abultado solo podrá ser de 4-0. ¿A qué mente brillante se le puede ocurrir tan aberrante idea? Si seguimos por ahí, llegaremos al ridículo de inventar absurdos como el fútbol sin porterías, el baloncesto sin canastas o la natación sin agua. José María Buceta, psicólogo deportivo (http://chemabuceta.blogspot.com.es/)
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