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José María Buceta, psicólogo deportivo (http://chemabuceta.blogspot.com.es/)
10/01/2017 Quiero volver a disfrutar
Empezó a jugar al tenis desde muy pequeño, y siempre se le dio muy bien. Podía estar horas y horas en la pista sin cansarse, aprendía bastante rápido y era muy competitivo, por lo que destacó muy pronto. En los torneos, lo normal era que ganara todos los partidos, incluso contra niños mayores que él. El tenis le apasionaba.
Esperaba con ansia cada entrenamiento, y su mayor desilusión llegaba cuando por estar lloviendo o cualquier otro contratiempo no podía practicar.Los fines de semana disfrutaba compitiendo en uno o más torneos, y cuando no los había, no paraba de entrenar y jugar partidos contra chicos y adultos de su club. Con 10 años fue campeón regional benjamín y alevín, prácticamente sin rival, y con 12 ganó su primer torneo a nivel nacional. Muchos expertos pronosticaron que en el futuro sería uno de los mejores en el circuito profesional. Con 14 años su estela siguió siendo triunfante, y un entrenador de la capital fue a hablar con sus padres y les convenció de que, si quería llegar a ser alguien en el tenis, tal y como sus excepcionales condiciones apuntaban, el chico tenía que entrenar y competir a otro nivel: con más medios, compañeros más competitivos y un plan deportivo más avanzado, algo que no era posible donde ahora estaba, pero que lo sería si se iba con él. El muchacho abandonó al club y a su entrenador de siempre y se fue a vivir lejos de su familia y su entorno, a un piso que compartía con otros dos jugadores que eran mayores que él, bajo la supervisión de una mujer que les hacía la comida. Aprovechando el cambio, sus padres aceptaron que dejara el colegio y se matriculara en la enseñanza a distancia, ya que así podía realizar dos entrenamientos diarios, algo que, según su nuevo entrenador, era fundamental para poder llegar a la élite. Además, tenía que participar en torneos que en ocasiones se jugaban entre semana, algunos incluyendo viajes, por lo que la disponibilidad tenía que ser absoluta. Por supuesto, todo esto tenía un elevado coste que los padres asumieron pidiendo un préstamo que hipotecó su casa. Sus amigos más cercanos pensaron que era una exageración, pero los padres lo justificaron “porque por un hijo se hace lo que haga falta, y cualquier esfuerzo y sacrificio son buenos para que el chico pueda alcanzar sus metas”. Por suerte, pronto pudieron firmar un contrato con un patrocinador y la federación ayudó con algunos gastos, pero el principal apoyo económico seguía siendo el de los padres. Aunque le costó adaptarse, en los primeros meses en su nuevo enclave mejoró en las parcelas física y técnica y consiguió los buenos resultados que se esperaban de él. Sin embargo, ya no disfrutaba como antes. Algo había cambiado. Antes podía estar horas y horas en la pista sin perder un ápice de motivación, pero ahora, cada vez con mayor frecuencia, le costaba soportar los entrenamientos largos y muy exigentes, y hasta no le apetecía ir a entrenar, algo que jamás le había sucedido. “Antes era un juego, y ahora es una obligación”, le dijo a uno de sus compañeros de piso, buscando su comprensión. En realidad, no tenía con quién hablar fuera de su círculo del tenis. Como no iba al colegio y vivía en otra ciudad, no tenía más amigos que sus compañeros de fatigas tenísticas, mayores que él, y sentía que a sus padres no les podía confesar algo así, so pena de darles un disgusto muy grande y que se sintieran muy decepcionados con él después de todo lo que estaban haciendo por ayudarle. Su entrenador le recordaba a menudo que todos: su padres, los patrocinadores, el mismo, confiaban mucho en él y sabían que trabajando duro podía seguir los pasos de los grandes tenistas. Con frecuencia le hablaba de Nadal como ejemplo a seguir, de sus grandes gestas, de cómo con sólo 19 años había ganado su primer Grand Slam… Nadal había sido siempre su ídolo. Lo había admirado con veneración y lo seguía admirando, incluso más ahora que era más consciente de la enorme dificultad que entraña llegar a la élite y el extraordinario mérito que conlleva ser uno de los mejores de la historia del tenis. Pero también por eso, cada vez dudaba más de que él pudiera seguir esa trayectoria, y cuando su entrenador o cualquier otro se referían a Nadal como el modelo a imitar, algo que antes le gustaba, se sentía incómodo y amenazado por la posibilidad, muy probable, de no poder imitarlo ni siquiera de lejos. En realidad estaba harto, tal y como confesó a uno de sus compañeros tras un mal entrenamiento en el que el entrenador le instó a que tuviera la fuerza mental del gran campeón: “estoy hasta los c… de Nadal”. Evidentemente, sabía que la culpa no era de Nadal, sino suya y de quienes no hacían más que hablar de aquel con la mejor intención de motivarle, eso no lo dudaba, pero “lo único que consiguen es hundirme más”. El compañero en quien confiaba, hacía tiempo que había tirado al toalla. Aunque jugaba bien al tenis, no tenía el nivel de nuestro amigo, ni tampoco su ambición por llegar a la élite. Asumía que era un jugador de segunda fila, y como mucho aspiraba a seguir unos años más jugando torneos menores y, después, vivir del tenis haciéndose entrenador o abriendo una escuela. Por tanto, no sentía la misma presión, y aunque escuchaba a su compañero, no sabía bien qué decirle. Este encontraba en aquel su pañuelo de lágrimas, pero no la empatía que necesitaba. Ante este vacío, intentaba ayudarse a sí mismo escribiendo sus pensamientos y sensaciones en una especie de diario que tenía en su ordenador portátil. Le permitía desahogarse, y así se sentía algo mejor. No le libraba del sufrimiento que su actividad le producía, pero era lo único que tenía. “Estoy solo”, escribió un día, “es difícil entender por qué me siento así cuando lo tengo todo. Muchos chavales estarían deseando estar en mi lugar. Seguramente soy muy egoísta”. En otra nota apuntó: “tengo que esforzarme para volver a disfrutar, para divertirme, para no fallarles a todos los que me apoyan”. Finalizando diciembre, estando en su casa de vacaciones, se le ocurrió escribir en forma de carta a los Reyes Magos. Queridos Reyes Magos: Antes creía en vosotros y esperaba con ilusión vuestro regalos, casi siempre algo de tenis: raquetas, botes de pelotas, cordajes, raqueteros, etc. incluso el libro de Agassi. Son los regalos que recuerdo y que más apreciaba. Ahora que no creo en vosotros me doy cuenta de que todos esos regalos no eran más que insistir en lo mismo, embolatarme con el tenis: tenis, tenis y más tenis. No me importaba porque era mi pasión y creo que aún sigue siéndolo, pero ahora lo veo de otra manera. Me gustarían unos Reyes sin regalos de tenis, sin conversaciones de tenis, sin que me hablen de Nadal o me den ánimos para el siguiente torneo o el año que empieza. Estoy hasta los c… bueno, estoy harto de eso y creo que necesito oxigenarme para recuperar la ilusión, y también no sentirme culpable si pierdo. Pierdo pocos partidos, pero el miedo a perder me mata, y hay días en que casi no duermo pensando que puedo perder. Por culpa de una lesión no he podido jugar en dos torneos y me he sentido bien. Eso es muy malo. Si el tenis es mi vida debería estar deseando jugar torneos y tener hambre por ganarlos. Eso dicen mi entrenador y mis padres y seguramente tienen razón, pero esa hambre la he perdido y prefiero estar lesionado. Es algo inconfesable, pero sé que sabéis mantener los secretos, sobre todo porque sois personajes de ficción y eso os lo pone más fácil. Estoy atrapado. Lo mejor que hago es jugar al tenis, pero ya no disfruto. Es una pesadilla. Y cada vez que hago una doble falta, por ejemplo, se me cae el mundo. ¿Es posible que vuelva a disfrutar de nuevo? Me importa una m… ser como Nadal. Lo que quiero es dejar de sufrir y volver a pasarlo bien con este deporte. Sé que nunca leeréis esta carta porque no existís y no seré tan tonto de mandarla a vuestra dirección de email : reyesmagos@gmail.com, pero como en el pasado creí en vosotros, igual que creí en el tenis, por los viejos tiempos! El día de Reyes le despertó su madre. Tenían la costumbre de entrar juntos en el salón para ver los regalos que Sus Majestades les habían traído, y sus padres, abuela y abuelo y dos hermanos, ya le estaban esperando. Sobre el pijama se puso un viejo jersey, y con su mejor cara se unió al resto de la familia. Dentro del salón, cada uno tenía sus regalos junto a un zapato. Le llamó la atención que el suyo era uno de vestir y no una zapatilla de deportes. Después, al abrir los cinco paquetes que llevaban su nombre, se sorprendió cuando comprobó que en ninguno había regalos relacionados con el tenis: un jersey, unos auriculares, un libro de aventuras, unos CDs de música y unas entradas para ir al cine con dos amigos que él eligiera. Y lo que más le impactó es que nadie, absolutamente nadie, le habló de tenis en todo el día; ni al día siguiente, ni al otro. Con sus padres habló de otros temas, algo que no recordaba. Y se sintió muy bien. Finalizadas las vacaciones, sus padres le acompañaron a la capital. Durante el viaje tampoco hablaron de tenis, pero al llegar allí vio que su entrenador les estaba esperando. Supo entonces que sus padres le habían pedido tener una reunión a la que también asistiría él, y sin más se sentaron a hablar. El entrenador comenzó hablando de la pasada lesión y explicando los planes que tenía para los siguientes meses. Más o menos, “como siempre”. Pero entonces tomó la palabra el padre y, dirigiéndose al chico, dijo: - Hasta ahora te hemos apoyado con mucho gusto, y nos has demostrado que te has ganado ese apoyo a pulso, no por tus buenos resultados, sino por esforzarte, por tener esa disciplina y afán de superación… - Sí, y por ser muy buen chico -interrumpió la madre- porque nos gusta que ganes, pero eso no es lo más importante (al oír esto de la madre, el muchacho miró al padre y este asintió). - Ahora eres mayor y tienes que sentirte libre para decidir lo que quieres -continuó ahora el padre- por eso hemos pensado que, si te parece, te des un margen para decidir si quieres seguir o si no, o si quieres seguir de otra manera, con otro planteamiento. El entrenador estaba callado, pero de pronto habló: - ¿Qué te parece si sigues aquí hasta el verano y después te decides? Hasta entonces podemos trabajar en algunos objetivos de mejora y plantear los torneos para consolidar esas mejoras sin obsesionarnos con el ranking. ¿Qué te parece? Te voy a exigir, eh! Pero vamos a olvidarnos de los resultados y a concentrarnos en mejorar y en divertirnos jugando. - Además, hemos pensado que podrías ir a un instituto por las mañanas y tener allí amigos que no sean deportistas -añadió la madre-. ¿Qué te parece? (el entrenador asintió). Nuestro amigo no sabía qué decir. Pensó que estaba soñando, que todo era una fantasía, pero era verdad; y lo mejor estaba por llegar, porque los buenos propósitos no se quedaron en palabras, como sucede a menudo, sino que efectivamente, el panorama cambió. Siguió sintiendo una cierta presión, pero menor que antes, y eso le ayudó a manejarla. Además, se incorporó al club un psicólogo del deporte con el que podía hablar, quien además le enseñó estrategias para controlar la ansiedad y sentirse mejor. Y volvió a disfrutar. No como lo hacía de niño, pues sentía una mayor responsabilidad, pero esa pasión que estaba dormida, reapareció. "Curiosamente", aunque sólo entrenaba una vez al día, su rendimiento y sus resultados mejoraron. Llegado el verano, decidió seguir apostando por el tenis, pero organizándose mejor, con tiempo para estudiar y estar con otros amigos. Eso le había liberado mucho y lo consideró prioritario. Aunque la mayoría no lo sabe, se dice que en su palacio de Oriente, los tres Reyes Magos se ríen de quienes piensan que ellos no existen, que son los padres quienes los suplantan. Es cierto que, debido al elevadísimo número de peticiones que reciben, no tienen más remedio que delegar para ser muy eficientes, y quién mejor que los padres para asumir esa responsabilidad; pero algunos asuntos los llevan ellos personalmente, sobre todo los más difíciles, cuando se trata de obrar algún ¿milagro? Este joven tenista pudo comprobarlo, y desde entonces ha vuelto a creer que los Reyes Magos existen, que su magia puede ayudar a transformar en realidad lo que en principio parecen sueños imposibles. No obstante, analizando lo que había sucedido, se preguntó si no sería posible que los padres y los entrenadores asumieran su responsabilidad y, sin necesidad de la ayuda de los Magos, consiguieran "milagros" como el que había ocurrido que beneficiarían a tantos deportistas. ¿Es tan difícil? José María Buceta, psicólogo deportivo (http://chemabuceta.blogspot.com.es/)
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