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19/01/2016 Los padres también juegan
Termina el año con una inquietud en auge: La actuación de los padres de los deportistas jóvenes. Cada vez se entiende mejor que los padres también juegan; y por tanto, deben prepararse para que su actuación favorezca y no perjudique el paso de sus hijos por el deporte. Es fundamental que los adultos hagamos bien el papel que nos corresponde.
En mi libro “Mi hijo es el mejor, y además es mi hijo” se destacan y comentan los aspectos más trascendentes del comportamiento de los padres de deportistas jóvenes. Uno de ellos es el apoyo que proporcionan a sus hijos, un elemento fundamental tanto en lo logístico como en lo emocional. Los chicos necesitan que sus padres estén lo suficientemente involucrados como para dedicarles tiempo, cubrir sus gastos (dentro de lo posible), hacer gestiones, tomar decisiones, etc.; y a su vez necesitan sentir que están a su lado, los acompañan en los retos que afrontan, los apoyan con independencia del éxito deportivo, comprenden cómo se sienten y están ahí para compartir los buenos momentos y, sobre todo, cuando las cosas van mal. Sin embargo, en el empeño por proporcionarles dicho apoyo, los padres deben cuidar dos aspectos: no sobreproteger a los chicos y, en la medida posible, evitar presionarlos. El apoyo no puede suponer dárselo todo hecho, eliminar dificultades a las que deberían enfrentarse, mitigar los malos momentos buscando culpables externos, solucionárselo todo o poner más medios de los razonables según el nivel y el momento, ya que eso puede propiciar una sobreprotección que tarde o temprano se volverá en contra. El esfuerzo, la perseverancia, la búsqueda de soluciones y la superación de dificultades son elementos importantes para que los chicos se sientan competentes y salgan adelante. Los padres deben establecer el límite entre el apoyo y la sobreprotección, algo que a veces no será fácil. Del mismo modo, aunque existe una presión ligada al apoyo que es casi inevitable (el deportista se puede sentir "obligado" a responder al apoyo que recibe de sus padres), lo importante es no añadir más presión mediante un apoyo exagerado. “Mis padres se sacrifican mucho por mí y no quiero defraudarlos. Por eso, me siento obligada a ganar”. Ojo con el exceso de apoyo y, sobre todo, con comentarios que le echen leña al fuego: “Con todo lo que estamos haciendo por ti, y tú eres incapaz de jugar bien”. “Lo tienes todo para triunfar. ¡A ver qué haces!”. La presión añadida no depende únicamente de un apoyo desproporcionado. También, de las expectativas de los padres según las perciben los chicos; y esa percepción depende de lo que observan que los padres hacen o dicen: sus decisiones, comentarios, juicios de valor, reproches, elogios, gestos… Cuando están bien informados, la mayoría de los padres suelen actuar con bastante acierto, aunque son especialmente críticas las situaciones que provocan emociones intensas, y de ahí la trascendencia de identificarlas y controlarlas con estrategias concretas que sugiere el libro. También es clave que los padres controlen su propia motivación: tanto el exceso como una motivación que se base en que el hijo gane, tenga éxito deportivo y llegue a la élite, más que en objetivos relacionados con sus experiencias diarias y su desarrollo deportivo, saludable y humano: disfrutar, aprender, tener salud, fortalecer el cuerpo y la mente, desarrollar valores, relacionarse con los demás… Si los comportamientos de los padres reflejan que les importa mucho que el hijo gane o triunfe como deportista, este se sentirá presionado, y lo que es peor, podrá llegar a asociar el éxito deportivo a su valor como persona, algo especialmente grave para su autoconcepto y autoestima. Por el contrario, una gran contribución será que los padres valoren la disciplina, el esfuerzo, la constancia, el disfrute y la actitud positiva de los chicos cualesquiera que sean los resultados. Que los padres no estén obsesionados con el rendimiento deportivo contribuye a que su comportamiento sea más apropiado, pero eso no quiere decir que permitan a sus hijos hacer lo que les venga en gana. Para que el deporte tenga un valor educativo debe existir un compromiso: menor o mayor según proceda, pero un compromiso; y los padres deben propiciar que el hijo cumpla con el compromiso que haya adquirido. Previamente, conviene que valoren si se trata de un compromiso razonable para su edad y condiciones, y sobre todo, si el chico está suficientemente motivado y será capaz de cumplirlo. Después, deben dejar que sea el muchacho quien tome la decisión asumiendo la responsabilidad que conlleva: es decir, aceptando cumplir con el compromiso en un determinado plazo de tiempo (por ejemplo: ir a entrenar dos tardes a la semana y jugar un partido los sábados siendo puntual y siguiendo las instrucciones del entrenador). Una vez tomada la decisión, los padres deben exigir al chico que cumpla lo acordado y apoyarlo para que pueda hacerlo. Según sea el deporte y las circunstancias de cada club/escuela y cada chico, los padres tendrán que asumir un mayor o menor protagonismo. En ocasiones (como suele suceder en la mayoría de los deportes colectivos), recogerlos de los entrenamientos, llevarlos a los partidos y darles el apoyo emocional que necesiten. En otros casos (como suele ser frecuente en algunos deportes individuales), además, tendrán que asumir funciones como apuntarlos a los torneos o acompañarlos en las competiciones en ausencia del entrenador. Es importante que los padres comprendan bien cuáles son sus cometidos y se impliquen en la medida apropiada: ni más, ni menos. Y por supuesto, que respeten el rol de los profesionales que trabajan con su hijo, especialmente el entrenador, procurando mantener una comunicación constructiva que contribuya a que la actividad resulte beneficiosa para el chico. También es conveniente que los padres asuman la responsabilidad de observar el funcionamiento de las personas que trabajan con sus hijos y, cuando llegue el momento, tomen las decisiones oportunas: ¿seguir? ¿cambiar? Para eso, es importante que conozcan los objetivos que el entrenador/club persigue y el estilo de trabajo que utiliza, así como las ventajas e inconvenientes que representan para su hijo; y consecuentemente, tendrán que decidir si se trata del lugar apropiado. Una vez tomada la decisión, deben confiar en los profesionales y comprender que las decisiones que estos adopten no serán siempre las que ellos tomarían o que más benefician al hijo (sobre todo, en deportes de equipo). Puesto que parte del proceso formativo que favorece el deporte es que los jóvenes aprendan a aceptar las decisiones adversas y sobreponerse a las dificultades, estas se deben considerar valiosas oportunidades que conviene aprovechar en lugar de desperdiciarlas sobreprotegiendo al chico. Por supuesto, en casos de abuso, explotación o comportamientos vejatorios, los padres tendrán que actuar para erradicarlos. “Mi hijo es el mejor, y además es mi hijo” es un libro escrito para padres de deportistas jóvenes, pero no solo para ellos: también para entrenadores, directivos, psicólogos del deporte y otros que trabajan con niños y adolescentes. Así lo confirman quienes hasta la fecha lo han leído. En una primera parte, plantea la situación de los padres y la necesidad de involucrarlos y formarlos para que sumen y no resten, y también explica las características específicas del deporte en estas edades: concepto, objetivos, planificación, entrenamientos, competiciones. Después, se refiere a las características psicológicas de los deportistas jóvenes: su motivación, autoconfianza, autoestima, mecanismos de autoprotección, competitividad, personalidad. En la tercera parte, se centra en algunas cuestiones clave: los errores, titulares y suplentes, los árbitros, las lesiones, el dopaje, el abuso de los deportistas, los estudios, la presión añadida, la relación entre entrenadores y padres. A continuación se exponen dos investigaciones sobre padres de deportistas jóvenes. La parte final incluye consejos prácticos para que los padres puedan conocer y controlar su motivación, sus emociones y su comportamiento (en casa, en los entrenamientos, en las competiciones, etc.), así como sugerencias para los entrenadores, clubes y psicólogos sobre cómo organizar programas para padres. José María Buceta, psicólogo deportivo (http://chemabuceta.blogspot.com.es/)
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